Hechos 20:35 (NVI)
“En todo lo que hice, les mostré que con este trabajo arduo debemos ayudar a los débiles, recordando las palabras del Señor Jesús: ‘Hay más dicha en dar que en recibir.’
Vivimos en una cultura que nos enseña que la plenitud viene de lo que logramos, acumulamos o recibimos. Pero Jesús, con su vida y sus palabras, nos mostró algo muy distinto: que el verdadero gozo se encuentra al dar.
Él no vino a ser servido, sino a servir. No vino a tomar, sino a entregar. Dio su tiempo, su compasión, su poder… y al final, su propia vida. Y lo hizo con gozo, no con pesar. Hebreos 12:2 dice que “por el gozo que le esperaba, soportó la cruz”. Eso es lo que transforma nuestra manera de entender la vida: dar no es pérdida, es ganancia. Dar no es debilidad, es poder. Dar no es renuncia, es plenitud.
Como dijo mi amigo Bill W: “Mi serenidad no vino al dar esperando algo a cambio, sino al dar sin exigir.” Muchos de nuestros conflictos internos nacen de esperar que otros llenen lo que solo Dios puede. Queremos afecto, validación, comprensión. Pero cuando no recibimos lo que creemos merecer, la frustración se acumula, y la paz se desvanece.
Jesús nos muestra otro camino. Un corazón generoso no depende de lo que recibe, sino de lo que decide entregar. Dar por amor, sin necesidad de exigir que algo sea dado de regreso. Doy porque en el acto de dar encuentro descanso. Encuentro gozo. Encuentro a Dios.
Y es que en ese momento, cuando suelto mis propias condiciones, dejo espacio para que el Espíritu Santo obre en mí. Servir no siempre es cómodo. A veces significa dar tiempo cuando estoy cansado, escuchar cuando no tengo respuestas, o sembrar sin ver fruto inmediato. Pero incluso allí, en esos gestos sencillos y a veces invisibles, Dios está presente. Dios ve lo que otros no notan, y recompensa lo que hacemos en secreto. Su mirada basta. Su aprobación sostiene.
No es fácil. Requiere rendición, humildad, y confianza en que Dios me ve, me cuida y me sostiene. Pero cuando suelto las exigencias y elijo vivir con manos abiertas, algo cambia por dentro. Siento paz. Y en esa paz, descubro gozo. No un gozo superficial, sino uno profundo, que nace de saber que estoy viviendo como Jesús vivió: con un corazón dispuesto a amar, a dar y a confiar, aunque nadie lo aplauda.
”Dios ve lo que otros no notan, y recompensa lo que hacemos en secreto.
Te invito a hacer una oración como esta. Puedes leer estas palabras, pero lo más importante es que las digas de todo corazón:
Jesús, gracias por tu ejemplo de entrega. Tú diste todo, sin reservas, por amor. Hoy quiero seguirte en ese camino. Ayúdame a soltar mis exigencias y aprender a dar sin esperar nada a cambio. Que mi gozo no dependa de lo que recibo, sino de lo que entrego con amor. Forma en mí un corazón generoso que encuentra paz en Ti. Amén.
Preguntas para reflexionar:
- ¿Hay alguna expectativa silenciosa que he tenido al servir —como ser valorado, escuchado o correspondido— que hoy necesito entregar a Dios
- ¿Qué acto concreto de generosidad puedo hacer hoy —sin esperar nada a cambio— solo para reflejar el amor de Jesús?