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Salmo 33:10-11 (NTV)
“El Señor frustra los planes de las naciones y hace fracasar todas sus intrigas. Pero los planes del Señor se mantienen firmes para siempre; sus propósitos nunca serán frustrados.”

No hay nada más frustrante para mí que llegar tarde cuando he planeado llegar a tiempo. Salgo de casa con toda la intención de ser puntual. He revisado el reloj, preparado mis cosas, calculado el tráfico y salgo con la confianza de que todo va según lo previsto. Llevo el café en una mano, una reunión importante en mente, y la sensación de estar en control. Pero entonces sucede: tráfico.

El auto se detiene. Las luces rojas se multiplican frente a mí. Cinco minutos… diez… y empiezo a sentir ese nudo en el estómago. “¿Por qué justo hoy? ¿Por qué ahora?” Intento buscar otra ruta, pero no hay alternativas viables. Vivo en una zona sin muchas salidas. Me doy cuenta: no importa cuánto lo intente, voy a llegar tarde. Mis planes cuidadosamente organizados se acaban de derrumbar.

Fue justo en uno de esos momentos que el Espíritu Santo me habló con claridad:
“Así reaccionas cuando yo cambio tus planes.”

David —me susurró— por buenos, nobles o lógicos que sean tus planes, no siempre son los míos. Mis pensamientos son más altos que los tuyos. Tengo una mejor perspectiva. Mis caminos son mejores. Y cuando las cosas no salen como esperabas, tal vez es porque están saliendo justo como yo quiero. Y créeme: te conviene.

La frustración nace cuando algo se sale de “nuestro control”. Pero esa pérdida de control puede ser, en realidad, un acto de gracia. Rendirle el control a Dios —nuestros planes, decisiones, tiempos y caminos— no solo es un acto de fe: es el mejor alivio. Porque nada produce más ansiedad que intentar ser Dios… y fallar en el intento.

El mejor alivio cuando nos sentimos frustrados es entregar nuestra voluntad a Dios

Me encanta este versículo del Salmo 33:10: “El Señor frustra los planes de las naciones”. Aunque una nación se crea poderosa, aunque parezca tener todo bajo control —estrategias, recursos, influencias— Dios siempre tiene la última palabra. Nada, ni nadie, tiene autoridad por encima del cielo. Los planes humanos, por sofisticados que sean, nunca sobrepasan ni anulan los planes de Dios.

Y luego añade: “Hace fracasar sus intrigas”. Aunque este pasaje habla específicamente de estrategias maliciosas, también podemos aplicarlo a las veces en que nuestros propios deseos se cruzan con el ego, la impaciencia o la autosuficiencia. Porque no todo lo que planeamos fuera de la voluntad de Dios es malintencionado, pero aún lo “bien intencionado” puede estar desconectado del cielo.

Fuera de la voluntad de Dios es muy difícil tener verdadero éxito. Puedes tener logros visibles, pero por dentro seguir vacío. Puedes construir una torre, pero sin cimientos eternos, tarde o temprano colapsará. El éxito verdadero no es tener muchos seguidores, ni acumular riquezas, ni cumplir una lista de metas. El éxito verdadero es paz en el corazón y propósito en los pasos. Es saber que lo que haces, lo haces caminando con Dios.

Cuando mi vida se alinea con Su voluntad, no solo vivo mejor: vivo libre. No hay mejor manera de vivir que a Su manera. Ahí está el gozo, la estabilidad, la bendición. Porque donde camina Dios, florece la vida.

El verdadero éxito se encuentra cuando alineo mi vida se alinea a la voluntad De Dios

Finalmente, el versículo termina diciendo:

“Pero los planes del Señor quedan firmes para siempre; los designios de su corazón son eternos.”

¡Qué esperanza tan refrescante! Dios tiene la última palabra. Su soberanía no se ve afectada por mis errores, ni por mis desvíos, ni por las tinieblas. Ni siquiera mi pecado tiene el poder de frustrar su plan eterno.

Si hoy estás viviendo una temporada de frustración —donde todo lo que habías planeado parece haberse venido abajo: el trabajo, la mudanza, la universidad, la crianza, los proyectos— no estás solo. Estás en buena compañía. La mayoría de los personajes bíblicos vivieron momentos donde nada salió como esperaban. Y fue en esos momentos donde aprendieron a depender más profundamente de Dios.

Cuando nuestros planes se frustran, tenemos dos opciones:
Podemos correr para intentarlo más fuerte…
O podemos rendir nuestra voluntad y correr hacia Él.

Preguntas para reflexionar:

  1. ¿Hay algún plan reciente que no salió como esperabas? ¿Cómo reaccionaste ante ello?
  2. ¿Qué área de tu vida te cuesta más soltarle a Dios: tus planes, tu tiempo o tus expectativas?
  3. ¿Qué podrías hacer esta semana para alinear tus decisiones con la voluntad de Dios?

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