Hoy es Viernes Santo.
Y no se trata solo de recordar que Jesús murió. Se trata de detenernos, mirar la cruz… y reconocer que fue una decisión de amor.
Jesús no fue arrastrado al Calvario. Él fue con los ojos abiertos y el corazón rendido. No fue una víctima del sistema. Fue un Hijo obediente que, en la noche más oscura, oró con lágrimas:
“Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42, NVI)
Y con esa oración, comenzó el momento más doloroso… y más glorioso de la historia.
La cruz no fue un accidente. Fue amor decidido. Fue obediencia profunda. Fue el precio de nuestra libertad.
A veces yo también quiero escapar del proceso.
Quiero que Dios me libre del dolor, de las demoras, de lo difícil. Pero el Evangelio no es una invitación a evitar el sufrimiento.
Es una invitación a confiar… incluso cuando duele.
Jesús no nos prometió comodidad. Nos llamó a seguirle, a negarnos a nosotros mismos, a cargar nuestra cruz cada día.
Él lo dijo con claridad:
“Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.” (Lucas 9:23, NVI)
Seguir a Jesús es tomar el camino angosto.
Es elegir su voluntad por encima de la nuestra.
No siempre será fácil… pero siempre será lo mejor.
”Seguir a Jesús es tomar el camino angosto.
Es elegir su voluntad por encima de la nuestra.
No siempre será fácil… pero siempre será lo mejor.
Viernes Santo no es solo una fecha en el calendario.
Es un recordatorio de que hay propósito en la entrega, gloria en la obediencia, vida en la cruz.
Hoy no quiero huir del proceso.
Quiero confiar, obedecer, rendirme…
Y decir como Jesús:
“Que se haga tu voluntad.”
Preguntas para reflexionar:
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¿Estoy viviendo una fe que sigue a Jesús solo cuando es fácil… o también cuando cuesta?
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¿En qué parte de mi vida estoy resistiendo el proceso en lugar de confiar en Dios?
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¿Qué significa para mí hoy cargar mi cruz y seguirlo?
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