Éxodo 27:20
“Ordena al pueblo de Israel que te proporcione aceite puro de olivas prensadas para las lámparas del tabernáculo, a fin de que estas permanezcan encendidas continuamente.”
En el tabernáculo que Dios mandó construir a Moisés, había un objeto clave en el Lugar Santo: el candelabro de oro, también conocido como el menoráh. Este no era un simple adorno. Era una fuente de luz que debía mantenerse encendida cada noche. El fuego no era un espectáculo ni un acto decorativo: era una señal viva de que el pueblo estaba siendo sostenido por Dios, incluso cuando todo lo demás descansaba.
Pero esa luz no se mantenía sola.
Dios ordenó que los israelitas trajeran aceite puro de olivas prensadas, es decir, el primer aceite, el más limpio, obtenido al quebrantar las olivas. Ese aceite no salía sin presión. No se producía sin aplastar. El fuego en el tabernáculo dependía de ese aceite… y ese aceite nacía del quebranto.
En Levítico 24:2-4 se explica que:
- Las lámparas se encendían cada tarde,
- Ardían toda la noche,
- Y el sacerdote debía revisarlas y mantenerlas con aceite fresco,
- Cada día, sin falta.
Era una tarea constante. No espectacular. No pública. No emocional. Pero sagrada. Cada noche, no cualquiera, sino un sacerdote —designado por Dios— debía subir con aceite en la mano y encender el fuego una vez más.
Ese mismo principio espiritual sigue vigente hoy:
El aceite fresco mantiene el fuego encendido.
Es decir: la presencia y la cercanía de Dios en mi vida no son automáticas; requieren sacrificio e intencionalidad. Porque la fe de ayer no alcanza para hoy.
Vivir de encuentros pasados con Dios —de temporadas que fueron reales, sí, pero que ya no están— no es suficiente. El problema es que el fuego que no se alimenta, se apaga. Y el aceite que no se renueva, se seca.
”Una fe viva no se hereda ni se improvisa. Se alimenta.
El aceite que mantiene la llama encendida en tu vida es tu búsqueda diaria. Tu rendición. Tu tiempo a solas con Dios. Tu decisión de decir “sí” cuando nadie te ve. Ese aceite no se compra en una reunión ni se hereda por ambiente. Se extrae en lo secreto. Se cultiva con sinceridad. Se produce cuando tu alma se rinde bajo la mano de Dios y dice:
“Haz en mí lo que tú quieras hacer.”
Jesús enseño en Mateo 6:6:
“Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta, y ora a tu Padre que está en lo secreto. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público.”
Ahí, en lo secreto, se genera el aceite.
Ahí se cuida el fuego.
Ahí Dios enciende lo que nadie más puede sostener.
”El aceite de ayer no mantiene la lámpara de hoy.
Donde hay fuego, hubo búsqueda.
Nunca es casualidad. Cuando alguien está verdaderamente apasionado por Dios, eso no sucede por accidente. Siempre es el resultado de una vida que se entrega cuando nadie aplaude. Los corazones rendidos a Dios son los que lo buscan… y los que Él enciende.
Y si hoy sientes que la llama en ti se ha debilitado, que tu pasión por las cosas de Dios ha disminuido, que te sientes lejos de Él… Tal vez ya no oras como antes. Tal vez dejaste de leer Su Palabra. Tal vez te ganó el cansancio, la rutina o simplemente te distraíste. Y ahora cargas con esa sensación de que algo se apagó por dentro.
Eso no significa que estás lejos para siempre. Solo significa que necesitas volver. Volver a buscar. Volver a rendirte. Volver a traer aceite.
No necesitas esperar un evento emocional para hacerlo. Solo necesitas decidir. Porque la llama no se apaga de golpe. Se va apagando cuando dejamos de alimentarla. Pero si traes aceite otra vez, el fuego puede volver a arder. Tal vez estás esperando que Dios encienda algo nuevo… pero Él está esperando que tú traigas el aceite.
Que vuelvas a lo secreto.
Que tomes el paso de rendirte de nuevo.
Ahí es donde todo comienza otra vez.
Dios no es indiferente a un corazón rendido. El salmista lo dijo con claridad:
“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás, oh Dios.” (Salmo 51:17)
El fuego está listo para volver a encenderse. La presencia de Dios responde a quienes se rinden. La lámpara puede volver a arder… pero no lo hará sola. Tienes que traer algo contigo: aceite fresco.
”Dios no es indiferente a un corazón rendido.
Oración
Señor, no quiero vivir de lo que hiciste ayer, sino de lo que estás haciendo hoy.
Llévame de nuevo a lo secreto. Enséñame a buscarte con intención, a rendirme sin reservas. Y si es necesario, que mi corazón sea como una oliva prensada, para que de mi interior brote algo puro y verdadero delante de ti. Dame aceite fresco. Haz que mi lámpara vuelva a encenderse. Que mi fe no dependa de emociones pasajeras, sino de una entrega diaria. Despierta en mí una pasión nueva por tu presencia.
Amén.
Preguntas para reflexionar:
- ¿De qué “aceite” estoy viviendo hoy? ¿Estoy buscando a Dios con la misma intención que antes… o me estoy apoyando en lo que viví en el pasado?
- ¿Estoy alimentando mi fuego espiritual con tiempo en lo secreto, con rendición diaria, o estoy dejando que se apague poco a poco sin darme cuenta?
- ¿Qué necesito rendir, ajustar o retomar hoy para traer aceite fresco y permitir que Dios encienda de nuevo mi vida?