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Desde que tenía 18 años he intentado tener un tiempo devocional significativo. He probado de todo: libros, planes de lectura, guías de estudio… y aunque muchos me ayudaron por un tiempo, ninguno logró sentirse completamente natural. Me frustraba pensar que necesitaba siempre una estructura externa para poder encontrarme con Dios.

A veces cerraba mi Biblia y, aunque había leído varios capítulos, me daba cuenta de que no había escuchado nada. Había pasado tiempo con el texto, pero no con la Presencia. Y no era culpa de la Palabra de Dios —el problema era mío: la forma en que me acercaba, mi prisa, mi distracción, mi falta de escucha.

Con el tiempo entendí que leer la Biblia no es solo informarse de lo que Dios dijo, sino aprender a escuchar lo que Él sigue diciendo hoy. Dios no está en silencio; somos nosotros quienes a veces no sabemos hacer pausa, prestar atención o hacer las preguntas correctas.

Y fue entonces cuando descubrí algo que cambió mi manera de tener devocionales. No necesitaba un nuevo libro ni un plan más elaborado. Solo necesitaba aprender a escuchar Su voz a través de Su Palabra.

Aquí te comparto cuatro cosas que me han ayudado, y espero también te ayuden a ti a tener un tiempo real y profundo con Dios.

4 pasos que transformaron mi tiempo devocional

1. Lee un pasaje de la Biblia en voz alta
Leer en voz alta te obliga a ir más lento y a prestar atención. La Palabra “entra” por ojos y oídos, y tu mente se alinea mejor.
Siempre es mejor leer menos, pero leer profundo, que leer mucho y no entender nada. Es como un fruto que quieres exprimir hasta sacar su jugo, en vez de dar una mordida muy grande que no puedes digerir.

Práctica: elige un párrafo corto (8–12 versículos). Léelo 2–3 veces, marcando pausas donde haya comas y puntos.



2. Repite el pasaje con tus propias palabras (en voz alta)

Esto no es para “mejorar” la Biblia, sino para comprobar que entendiste lo que acabas de leer. Al parafrasear, detectas lo que pasaste por alto, lo que no comprendiste del todo, o aquello que Dios quiere resaltar en tu corazón.

Práctica: sin mirar el texto, di en 3–5 frases lo que leíste. Si te atoras, vuelve al pasaje y ajusta. No busques hacerlo perfecto; busca hacerlo sincero.



3. Responde a estas preguntas

¿Qué dice esto sobre quién es Dios y lo que Él hace?
Busca en el pasaje todo lo que revela acerca del carácter de Dios: sus atributos, sus promesas, sus advertencias y sus acciones. Nómbralas en voz alta o escríbelas: “Dios es… Dios hace…”.
Esto te ayuda a enfocar tu lectura no en ti, sino en Él. A veces es útil marcar con distintos colores o símbolos los rasgos que más te impacten —así, con el tiempo, verás patrones de Su fidelidad a lo largo de toda la Biblia.

¿Qué dice esto sobre quiénes somos y lo que hacemos?
La Palabra también revela quiénes somos a la luz de quién es Él. Nos muestra identidad, pero también responsabilidad: “Como hijos de Dios somos… y por eso debemos…”.
Dios no busca solo que hagamos cosas por Él, sino que lleguemos a ser más como Jesús.

Práctica: escribe dos líneas para cada pregunta. Sé concreto, evita generalidades. Permite que el texto te confronte y te moldee.



4. Escucha a Dios

¿Qué oyes que Jesús te está diciendo hoy?
Permanece en silencio 2–3 minutos. Deja que el Espíritu resalte una frase o una convicción. Después de ese tiempo, escribe lo que sientas que Dios te habló. Guárdalo en un cuaderno o lugar donde puedas volver a leerlo y recordar: esto fue lo que Dios me dijo esa mañana.

¿Qué te está diciendo que hagas?
La Palabra de Dios siempre nos lleva a la acción: confiar más en Él, entregar una carga, perdonar, pedir perdón, servir o cambiar algo en nuestro interior.
Si puedes salir de tu tiempo con una acción concreta, sabrás que no solo aprendiste con la mente, sino que Dios habló a tu corazón.

Práctica: convierte lo escuchado en una acción específica para hoy: perdonar a X, enviar un mensaje, reconciliarte, dar, servir, confesar algo, ajustar un hábito. Escríbelo con verbo, persona y momento:

“Hoy, antes de las 6 pm, llamaré a ___ para pedir perdón.”

La fe no crece con velocidad, sino con profundidad.

Aquí te dejo un ejemplo de cómo se ve esto en la práctica:


Marcos 4:35–41 (NTV)

Al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos al otro lado del lago». Así que dejaron a las multitudes y salieron con Jesús en la barca (aunque otras barcas los siguieron).  Pronto se desató una tormenta feroz y olas violentas entraban en la barca, la cual empezó a llenarse de agua. Jesús estaba dormido en la parte posterior de la barca, con la cabeza recostada en una almohada. Los discípulos lo despertaron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?», gritaron. Cuando Jesús se despertó, reprendió al viento y dijo a las olas: «¡Silencio! ¡Cálmense!». De repente, el viento se detuvo y hubo una gran calma.
Luego él les preguntó: «¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?». Los discípulos estaban completamente aterrados. «¿Quién es este hombre? —se preguntaban unos a otros—. ¡Hasta el viento y las olas lo obedecen!».


1) Léelo en voz alta

Hazlo despacio. Escucha el contraste entre el caos del mar y la calma de Jesús.

2) Dilo con tus propias palabras

Jesús invita a sus discípulos a cruzar el lago. En medio del viaje se desata una tormenta, y ellos entran en pánico mientras Jesús duerme tranquilo. Lo despiertan, Él calma el viento y el mar, y luego les pregunta por su fe.

3) Responde a las preguntas

¿Qué dice esto sobre Dios?
Dios tiene autoridad sobre todo lo que me asusta. Jesús es poderoso y cercano; no es indiferente a lo que vivo, se preocupa por mí.
Él no se altera ante lo que me amenaza, y puede traer calma con una sola palabra.

¿Qué dice esto sobre mí?
Muchas veces me parezco a los discípulos: me dejo dominar por el miedo y dudo del cuidado de Dios, aun cuando Él está conmigo.

4) Escucha y responde

Siento que Jesús me dice: “No te desesperes cuando las olas se levanten. Yo sigo aquí, aunque parezca dormido.”
Jesús me recuerda que si voy a Él, puede calmar mis tormentas. No solo las tormentas externas —como la lluvia y las olas que enfrentaban los discípulos— sino también las internas: la ansiedad, el temor, la confusión que a veces se agitan dentro de mí.
Porque al final, los discípulos no lo despertaron solo por el peligro que veían afuera, sino por la tormenta que llevaban en el corazón.

Oración de hoy:
Señor, cuando sienta ansiedad o temor, ayúdame a detenerme. Que en lugar de dejarme llevar por el miedo, pueda cerrar los ojos, respirar y recordar que Tú estás conmigo. Calma las tormentas de mi corazón, como calmaste el viento y las olas. Enséñame a confiar, incluso cuando no entiendo, y a descansar en tu paz que sobrepasa todo entendimiento.

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