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Hay días en los que sientes que todos avanzan menos tú. Como si la vida tuviera prisa… y tú te hubieras quedado detenido al borde del camino. Lo intentas, oras, esperas… pero el panorama no cambia. Todo sigue igual. Así vivía Bartimeo: ciego, acostumbrado a la oscuridad, sentado junto al camino como cualquier otro día. Tal vez resignado a su realidad, sin poder imaginar cómo podrían cambiar las cosas. Invisible para la gente… pero no para Dios.

Hasta que, un día, algo rompió la rutina. Un murmullo. Una conmoción en el aire. Se escuchaba que algo especial estaba ocurriendo en su pueblo. Y no era cualquier cosa: Jesús se acercaba. Iba a pasar muy cerca de donde él estaba. Tal vez Bartimeo pensó: Esta es mi oportunidad. He escuchado rumores de este hombre… ¿y si lo llamo, pero me ignora como todos los demás? ¿Y si no pasa nada?

¿Pero qué tal si logro cautivar su atención… y me puede ayudar?

Así que, en vez de callar —como seguramente lo había hecho tantas veces antes— gritó:

“¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” (Marcos 10:47).

Gritó desde lo profundo del alma. No lo podía ver, pero lo podía llamar. Quería atraer la atención de Aquel que —solo tal vez— podía cambiarlo todo.

Gritó como quien sabe que esta puede ser su única oportunidad. Gritó como quien necesitaba un toque de Dios.

Al escuchar los gritos, la gente intentó silenciarlo. Lo reprendieron. Le ordenaron que se callara. Como si la fe tuviera que ser discreta. Como si clamar por misericordia fuera una interrupción para la multitud. Pero quizás no era su voz lo que más les incomodaba… sino su determinación. Él Deseaba interactuar con Jesús desesperadamente. Intentaron callar su voz, pero lo que realmente estaban tratando era apagar su fe. Esa fe que no ve, pero se hace escuchar.

Entonces, al escuchar los gritos, Jesús se detuvo. 

Qué momento tan poderoso. Jesús, el Mesías, se detuvo por este ciego gritón. En medio de la multitud, interrumpió su agenda, puso en pausa lo que iba a hacer. Se detuvo por un hombre que gritaba con fe. Jesús lo mandó llamar. Y en ese momento, Bartimeo hizo lo que a muchos se nos olvida hacer: se acercó a Jesús. Se quitó su capa —posiblemente su única posesión, un símbolo de su condición, su pasado, su comodidad, su dependencia— y llegó hasta Él.

Bartimeo no caminó porque veía… caminó porque Jesús lo llamo y El creyó.

La gente intento callar su voz, pero él no les permitió apagar su fe.

No había recibido la vista aún, pero caminó hacia Jesús con fe. Cuando llegó ante Él, escuchó una pregunta que revela el corazón de Dios: “¿Qué quieres que haga por ti?” Y Bartimeo, sin rodeos, respondió: “Maestro, quiero ver.” No pidió limosna, no pidió riqueza. No pidió comprensión, ni que los demás se callaran. Pidió poder ver.

Jesús le dijo: “Tu fe te ha sanado.” Al instante, recobró la vista. Lo que había perdido —o quizá nunca tuvo— fue restaurado por completo. Pero el milagro no terminó ahí. El pasaje concluye diciendo que Bartimeo comenzó a seguir a Jesús por el camino. Ya no estaba al margen. Ahora caminaba con propósito, guiado por Aquel que le devolvió la vista… y le regaló dirección.

Bartimeo no solo recuperó la vista. Recibió un nuevo rumbo para su vida.

Y quizá, si somos honestos, todos tenemos un poco de Bartimeo. Tal vez tú sí puedes ver… pero no encuentras salida. Tienes visión, pero no dirección. Miras a tu alrededor, pero no sabes hacia dónde avanzar. Y es que, a veces, la ceguera no está en los ojos… sino en el alma.

Hoy, Jesús sigue escuchando los clamores de los que a Él claman. Sigue deteniéndose por los que, con fe, se acercan. Tal vez este sea tu momento. Tal vez hoy es cuando Dios abra tus ojos, te muestre tu propósito, te dé dirección… y te revele un nuevo camino.

Arroja tu capa y acércate a Jesús. Él te llama.

Jesús se detuvo y dijo: ‘Llámenlo.’ Así que llamaron al ciego. ‘¡Ánimo! Levántate, te llama.’ Él, arrojando su capa, dio un salto y se acercó a Jesús.” — Marcos 10:49–50 (NVI)


Preguntas para reflexionar:

  1. ¿Estás dispuesto a acercarte a Jesús, aun sin ver todo claro, confiando en que su llamado es suficiente?
  2. Qué te está impidiendo soltar tu capa y seguir la dirección que Jesús quiere revelarte?

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