Cuando Dios me dio el privilegio de convertirme en padre, no estaba listo. ¿Quién lo está realmente? Tenía 25 años, apenas comenzaba a disfrutar de nuestro primer año y medio de casados con mi esposa. Todavía estábamos aprendiendo a ser pareja, a construir una vida juntos, cuando llegó esta nueva realidad: un ser humano frágil, completamente dependiente de nosotros. Lo recuerdo como si fuera ayer, sosteniendo en mis brazos a mi hijo por primera vez, sintiendo el peso de una responsabilidad que me superaba. Instruir, cuidar, proteger… todo eso estaba ahora en mis manos.
Han pasado siete años desde aquel momento, y ahora, con dos hijos —uno de 7 años y otro de 2—, he aprendido que la paternidad no se trata de hacerlo todo perfecto, sino de crecer continuamente. El verdadero aprendizaje en la crianza no ocurre en manuales o teorías. Ocurre en el día a día, en las noches de desvelo, en los errores, en los momentos de arrepentimiento y en la gracia constante de Dios. Reflexionando sobre este tiempo, me doy cuenta de cinco cosas que Dios, en Su sabiduría, me ha enseñado. Aquí las comparto contigo. No para mostrarme como un experto, sino como alguien que sigue aprendiendo del único Padre perfecto.
1. Lo más importante no se enseña, se modela.
Hace poco fui con mi hijo a comprar donas para sus amigos y para él. Escogió una de las más decoradas, roja, su color favorito. Llevamos varias más, pero esa roja era especial. Al llegar a la casa de sus amigos, su mejor amigo vio la dona roja y dijo: “¡Oh, yo quiero la roja!”. Por dentro pensé: “¡No! Esa es la de mi hijo, él la escogió”. Para mi sorpresa, mi hijo dijo: “Claro, es tuya”. Después, le pregunté por qué le había dado su dona favorita a su amigo, y su respuesta me dejó sin palabras: “Porque es algo que tú harías por mí”.
Ese momento me golpeó profundamente. Me recordó que el mayor impacto que puedo tener en mis hijos no está en lo que les doy, sino en lo que dejo en sus corazones. La información se enseña, pero los valores se contagian al vivirlos. Mi hijo tomó esa decisión porque, en su mente, era lo que había aprendido al observarme. Las cosas materiales pasan, pero las lecciones que viven en sus corazones permanecen. Como dice Proverbios 22:6: “Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará”. Estoy aprendiendo que lo más valioso que puedo dejarles a mis hijos es un carácter moldeado por la generosidad, el amor y el sacrificio.
”La información se enseña, pero los valores se contagian al vivirlos.
2. La conexión antecede a la corrección.
Una vez mi hijo pequeño rompió algo importante para mí. Mi reacción natural era corregirlo de inmediato, pero entonces recordé cómo Dios actuó con Adán y Eva. Cuando ellos fallaron, no los aplastó con Su autoridad. Primero los buscó: “¿Dónde están?” (Génesis 3:9). Esa pregunta me inspira. Antes de corregir a mis hijos, necesito buscarlos. Escuchar. Mostrarles que nuestra relación es más importante que el error que cometieron.
La conexión construye un puente para que la corrección sea recibida con amor. Corregir sin conexión puede endurecer corazones, pero corregir desde una relación sólida llena de amor tiene el potencial de transformar. Cuando busco a mis hijos antes de corregirlos, no solo les enseño el valor de asumir responsabilidades, sino que refuerzo la seguridad de que siempre tienen un lugar en mi amor, incluso cuando fallan.
”La conexión construye un puente para que la corrección sea recibida con amor
3. Los ritmos son más poderosos que las rutinas.
Hay días en los que nuestra casa parece una máquina bien aceitada: horarios, tareas y responsabilidades fluyen sin problemas. Pero también hay días en los que todo parece un caos (de hecho, si soy honesto, hay más días de caos). He aprendido que esos momentos tienen su propio valor. A diferencia de una rutina, que sugiere algo rígido, repetitivo y casi automático, un ritmo tiene flexibilidad y propósito. Los ritmos reflejan la fluidez y la variedad de la vida. Mientras que las rutinas tienden a enfocarse en el “qué hacer” y el “cuándo hacerlo,” los ritmos integran el “por qué” y el “cómo,” creando un equilibrio entre estructura y flexibilidad.
Los psicólogos coinciden en que los niños necesitan algo más que estabilidad; necesitan aventura. Esa chispa de curiosidad y exploración que Dios puso en ellos es parte de cómo fueron diseñados. Nuestro rol como padres no es apagar ese sentido de asombro, sino cultivarlo. Tu hogar no debe ser una cárcel que limite, sino un jardín que cultive los sueños de tus hijos.
La estructura es buena, pero la flexibilidad crea recuerdos. A veces, las aventuras espontáneas —como una caminata inesperada, un proyecto creativo o incluso una conversación profunda en el auto— son las que más impactan su corazón. “Hay un momento para todo” (Eclesiastés 3:1), y parte de nuestro llamado como padres es discernir cuándo deben aprender sobre límites y cuándo necesitan libertad para soñar.
”Tu hogar no debe ser una cárcel que limite, sino un jardín que cultive los sueños de tus hijos.
4. No estoy criando hijos, estoy formando futuros adultos.
Hubo un momento en el que me di cuenta de que mi labor como padre no es solo lograr que mis hijos se comporten bien o sigan reglas. Mi objetivo va mucho más allá: estoy desarrollando futuros adultos.
La niñez es una etapa fundamental, pero no es el destino final. Es el terreno donde se siembran los valores, el carácter y las habilidades que les ayudarán a enfrentar el mundo como adultos responsables, compasivos y llenos de propósito. Dios hace algo similar con nosotros como Sus hijos. Nos toma como bebés espirituales y nos moldea para que maduremos en la fe y lleguemos a ser como Cristo. De la misma manera, como padres, no estamos resolviendo problemas del momento, sino forjando el carácter que necesitarán para la vida.
5. Buscar a Dios es lo mejor que puedes hacer por tus hijos.
He perdido la cuenta de las veces que he sentido que no doy la talla como padre. Es en esos momentos que recuerdo que mi mayor responsabilidad no es controlarlo todo, sino llevar mi vida a los pies de Dios.
Cuando busco a Dios, mi perspectiva cambia. Mis frustraciones se convierten en oportunidades para depender más de Él, y mis momentos de debilidad se vuelven ejemplos de fe para mis hijos. Como dice Mateo 6:33: “Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas”. Este versículo me recuerda que, cuando pongo a Dios en primer lugar, todo lo demás —incluido mi rol como padre— encuentra su orden adecuado.
Cuando hago de Dios mi prioridad, estoy modelando el valor de poner a Jesús en el centro de todo. Mis hijos necesitan ver eso, porque más que lo que les diga, lo que ellos vean en mi vida será lo que los inspire a buscar a Dios por sí mismos. La paternidad no es fácil, pero tampoco es un camino que recorramos solos. Dios, el único Padre perfecto, nos acompaña en cada paso. Si aprendemos a depender de Su guía y reflejamos Su amor, podemos criar hijos que estén equipados para enfrentar el mundo con fe, carácter y propósito.
”Cuando pongo a Dios en primer lugar, todo lo demás —incluido mi rol como padre— encuentra su orden adecuado.
Preguntas para Reflexión
- ¿Qué valores estás modelando diariamente para tus hijos a través de tus acciones y decisiones?
- ¿Cómo puedes fortalecer la conexión emocional con tus hijos antes de corregirlos en sus errores?
- ¿Estás equilibrando la estructura y la aventura en tu hogar para cultivar un entorno que inspire creatividad y propósito?
- De qué manera tu relación con Dios está influyendo en la forma en que crías y preparas a tus hijos para el futuro?